jueves, 17 de febrero de 2011

Un ascensor del infierno al cielo.

Hay una ciudad costera en el norte de la península Iberica donde según dicen, no para de llover nunca. Allí no lo llaman lluvia, hablan en un idioma completamente desconocido para el resto, que para muchos oidos, es demasiado extraño y resulta incluso molesto. Dicen que allí todo es muy caro, que no se puede salir a tomar un café por miedo a no llevar suficientes billetes, que todos los días son grises, desconocen que es el sol.
De sus gentes comentan que son extraños, siempre estan serios, son demasiado bordes y nunca follan.
Los que han ido, confirman que les fue casi imposible volver, que hay bandalismo por las calles, que la policía pega a los transeuntes, e incluso que el mar se come las casas.
Los deportes no son normales, allí no juegan al futbol ni siquiera a baloncesto, allí cortan troncos y levantan rocas. La gastronomía, también es escasa, sus platos son grandes casi tan grandes del tamaño de una mesa, pero el alimento en el, es tan pequeño que casi ni se ve.
De sus fiestas veraniegas no hablan, escasean, según muchos criticos, los fuegos artificiales son al  lado de una bahia , insipido. De las demás fiestas comentan que celebran una extraña en la cual gitanos les llaman guapas a las mujeres de allí y en otra celebran tocando barriles de agua como fueron conquistados por los franceses.

Dicen y dicen y dicen, y lo que no saben, es que ese pequeño sitio, es mi paraiso.

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